¿Cuántas veces nos sentimos llenos de una profunda tristeza, con ganas de llorar y de pedir ayuda a gritos, pero sabiendo, en el fondo, que nadie vendrá?
La soledad, esa amarga amiga, tiene la capacidad de llevarnos hacia adelante, sin mirar atrás, seguir avanzando por el camino de la vida; o puede hacer que nos estanquemos, nos aislemos y lleguemos a perder la conciencia de nuestra realidad.
Estando en soledad, y alejado de los murmullos de la sociedad, incesantes ruidos que a veces se escuchan más fuertes que mi propia voz, uno empieza a divagar; comienza pensando en las cosas que le pasan en el presente; luego le viene a la mente un recuerdo del pasado, quizá hace bastante que uno no lo pensaba; y así hasta que llega a algún cabo suelto en su vida, algo que sin darse cuanta, no lo dejaba tranquilo. Luego de mucho pensar se llega a la conclusión de que está pensando demasiado, y decide dejar de hacerlo, prefiere distanciarse un poco. Pero, inevitablemente, el recuerdo vuelve, y con mayor intensidad que la útlima. Es una tortrura más allá de la que nos puede causar el dolor físico. En este caso, nuestra mente se convierte en nuestro peor enemigo. Nos sentimos enfrentados con nuestros propios principios, y perdemos el camino.
"Encerrado en mi habitación he pasado las horas más largas de mi vida, las más solitarias, y aquellas en las que he madurado más que en cualquier otro momento." En contacto con mis pensamientos, y sin ninguna interrupción entendí cuestiones personales, cosas de mi vida; entendí cosas de mi que nunca me había puesto a pensar, el por qué de muchas cosas, que no vienen al caso. Entendí, tambíen, que nuestra existencia está regida por nuestros propios ideales; y, lo más importante, entendí qué es aquello que busco y por lo que vale la pena vivir, eso que, a pesar de que no sabías que existía, sentías que te hacía falta, como una persona que tiene un hermano gemelo al cual nunca conoció. Se siente como estar incompleto.
El fin de este texto es dar a entender que la mente tiene muchos obstáculos, no sólo lo que se pueden ver de nuestro cuerpo hacia fuera, sino también lo que se crean en nuestro interior. El cerebro, un mar de pensamientos, es ángel y demonio a la vez. Al igual que "El Príncipe" de Maquiavelo tenía la cara de un león y la de un zorro al mismo tiempo, nosotros, como dijo alguna vez la Bersuit, "podemos ser lo mejor, como tambíen lo peor", pero creo yo, depende de nosotros cuál elección tomar.
Perdón por haber dado tantas vueltas, pero me cebé escribiendo. Está bueno escribir sin tener que estar pensando en la ortografía, en la redacción, o en si a la profesora le va a gustar (ojalá nuestra profesora de Lengua entendiera eso y dejara de tratar de intimidarnos). Mi único objetivo fue ser claro, espero haberme dado a entender.
Gracias por leer el blog.
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